El capital simbólico acumulado en el ritual festivo fue convenientemente explotado para reforzar la legitimidad ideológica-tradicionalista, fascista, conservadora, tecnócrata y folklorizante del régimen. Bien temprano, en 1937, se estableció (en el territorio ocupado por los golpistas) un nuevo calendario festivo donde se introdujeron las nuevas festividades “patrióticas” y un gran número de festividades religiosas, eliminando también algunas fiestas como el Carnaval. En Valencia ciudad, tuvo especial relevancia el Corpus Christi, la Virgen de los Desamparados, la Semana Santa Marinera y la Feria de Julio. En el Corpus se hizo visible toda la potencia del adoctrinamiento del nacionalcatolicismo, muy presente también en los numerosos actos de desagravio a la Virgen. La Semana Santa Marinera se convirtió en escaparate de los rigores cuaresmales mientras que en la Feria de Julio se retomaron los Juegos Florales folclóricos, la Batalla de Flores y los pabellones feriales de la Alameda.
Evidentemente, la fiesta por excelencia de la ciudad, las Fallas, no fueron ajenas a la apropiación y la manipulación. No tardaron mucho (octubre de 1939) en crear la Junta Central Fallera que promovió una ortodoxia fallera ligada a los principios esenciales del régimen. Entre 1929 y 1944 tiene lugar la reestructuración de las Fallas y entre 1945 y 1952 su consolidación. A subrayar la instauración en 1945 de la Ofrenda de Flores (no existía antes) que se convirtió en piedra angular de la fiesta y el inicio de la falla oficial en la entonces plaza del Caudillo. Así mismo, en 1945 el Sindicato Vertical acogió el nuevo gremio de artistas falleros (en los 60 construirían su “ciudad”). En 1946 las Fallas son declaradas Fiestas de Arte de Interés Nacional y los años siguientes Franco recibe el Buñuelo de Oro. Mientras en 1940 solo de plantaron 40 fallas, en 1948 ya fueron 168, lo que muestra la clara apuesta del régimen por su reforzamiento económico e ideológico.
La Junta Central Fallera y la Vicepresidencia de Educación Popular se encargaron de aplicar una censura férrea que recortó la libertad creativa y expresiva. A pesar del dominio impuesto en la apología de fiestas y tradiciones valencianas y del regionalismo en clave costumbrista, las fallas actuaron como válvula de escape tratando, en un equilibrio precario y difícil, temáticas como la pobreza, el hambre, las restricciones y el mercado negro además de la conocida transgresión de los preceptos morales tan bien acogida por la población. Desde el punto de vista estético predominó el estilo barroco y naturalista, sinónimo de una concepción artística que se pretendía genuinamente valenciana. En otro orden de cosas, el negro de la vestimenta de los falleros y las bandas de música militares conformaban una escenografía coherente con los tiempos.
La Guía de la Valencia del primer franquismo (1939-1948), es un ambicioso proyecto editorial que intenta responder a la pregunta de qué sucedió en la ciudad de Valencia entre el final de la guerra de 1939 y la declaración del final del estado de guerra en 1948. Un intento de superar el silencio derivado del Pacto de la Transición (no cuestionar la esencia del relato franquista), de la “incomodidad” que aún hoy supone hablar de aquellos años y también de la dificultad de acceso a importantes fuentes documentales del periodo (materiales desaparecidos o dispersos).
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