El franquismo monopolizó el ritmo vital de la población. La rutina “reglada” por el omnipresente y omnipotente Gobernador Civil no dejaba ningún espacio a la espontaneidad y la individualidad. El Franco manda, España obedece, resume a la perfección el clima social implacable destinado a hacer frente a cualquier desviación de la norma, y a la vez, imponer la verdad, las obras y la memoria de los vencedores.
La España de Franco puso de manifiesto una contradicción constante y practicó una doble moral: la del hambre y el racionamiento frente al estraperlo y el lujo; la del tiro de gracia frente a los golpes de pecho. La política de la victoria y su recuerdo obligatorio inundó calles, plazas y edificios con nuevos nombres, símbolos, monumentos y recordatorios. Además de aleccionar con mecanismos violentos y disciplinarios, se adoctrinó a la población mediante programas educativos y el encuadramiento social y político conseguido tanto en el ocio como en la religión. En definitiva, se creó una nueva cultura sociopolítica ad hoc.
Toda una nueva liturgia del Nuevo Orden repleta de banderas, símbolos, gestos (el brazo en alto), vítores e himnos. La ciudad se convirtió en una gran prisión donde, además de miles de reclusos y reclusas, también la población estuvo sometida a la firme voluntad de erradicar el gen rojo para crear una “raza española auténtica”, xenófoba, misógina, homófoba y excluyente. La reeducación cultural y moral de los considerados inferiores biológicos, indeseables e invertidos estuvo al orden del día. También el “hablar en cristiano” o en “el idioma del imperio” formó parte de esta cruel tragicomedia. El merchandising propagandístico saturó el día a día y todo se volvió escrupulosamente reglado: horarios, usos, saludos, desfiles, concentraciones y actos multitudinarios.
La esfera privada tampoco se libraba. La “moralización” de las costumbres exigía acabar, hipócritamente, con la “relajación del pudor”. Las prostitutas, las madres solteras y los homosexuales habían de ser reeducados. Se prohibió el aborto, se sancionó el adulterio y se fomentó la natalidad y el destino de las mujeres como amas de casa.
La otra cara de la moneda de tanta represión e hipocresía fue el hambre, la carestía, las penurias, el estraperlo, las cartillas de racionamiento, los continuos cortes de luz. La consulta de una fuente tan próxima al nuevo régimen como la Antología de los Almanaques de Las Provincias permite certificar hasta qué punto las condiciones de vida de la inmediata posguerra eran realmente duras. En cuanto al estraperlo, a pesar de las condenas farisaicas y la aparente dureza de la legislación franquista, había el estraperlo pequeño y el gordo, y este última era practicado por los vencedores sin ningún escrúpulo. El dicho popular de Qui du la farina?. Ramón la porta, evita más palabras.
La Guía de la Valencia del primer franquismo (1939-1948), es un ambicioso proyecto editorial que intenta responder a la pregunta de qué sucedió en la ciudad de Valencia entre el final de la guerra de 1939 y la declaración del final del estado de guerra en 1948. Un intento de superar el silencio derivado del Pacto de la Transición (no cuestionar la esencia del relato franquista), de la “incomodidad” que aún hoy supone hablar de aquellos años y también de la dificultad de acceso a importantes fuentes documentales del periodo (materiales desaparecidos o dispersos).
Si quieres enviarnos algún material o información que enriquezca la web nos puedes escribir desde la página de contacto
© Diputació de València 2021 · Diseño web La Mina Estudio
© Diputació de València 2021
Diseño web La Mina Estudio