La destrucción del movimiento obrero organizado fue uno de los primeros objetivos de los golpistas de julio del 36 que, en la ciudad de Valencia, habrían de esperar hasta el 1 de abril del 39.
La ruta por el mundo laboral en la Valencia de la posguerra debería de ser un recorrido por las carreteras del exilio, por las prisiones, por las tapias y las fosas donde fueron fusilados y sepultados los dirigentes obreros, por los campos de concentración y campos de trabajo donde se “redimían” las penas, por locales expoliados e incautados de los que se apropiarían la iglesia y la Falange.
Toda la población obrera estuvo bajo sospecha y las autoridades del nuevo régimen le atribuían una hostilidad manifiesta y una notable desafección. A pesar de la derrota, la represión y el miedo, no iban muy desencaminados. Todos los vencedores (monárquicos reaccionarios, carlistas, católicos corporativistas, falangistas…) estaban de acuerdo en la destrucción del movimiento obrero y la represión de sus líderes. No obstante, había que definir el nuevo orden laboral a edificar y en esta tarea tomaron rápidamente ventaja los falangistas que propusieron y consiguieron una movilización general de tipo fascista, absolutamente jerarquizada.
Se impuso el Sindicato Único obligatorio para empresas y trabajadores (entonces denominados “productores”). El derecho a huelga fue asimilado al delito de rebelión y los derechos de reunión asociación y libre expresión fueron abolidos. Había nacido el encuadramiento fascista del mundo laboral en el que las Magistraturas de Trabajo hacían y deshacían: la Central Nacional Sindicalista, la CNS, que en Valencia se instaló, durante esos años, en el número 4 de la avenida del Marqués de Sotelo, el alcalde de la ciudad durante la dictadura de Primo de Rivera.
Las “Obras Sindicales” dominaron, junto a la Iglesia, la vida social: las cooperativas, la “Educación y Descanso” de corte fascista, la colonización agraria, la previsión social, la formación profesional, el 18 de Julio (sanatorios)… Además, bajo el liderazgo de J.A. Girón de Velasco se desarrolló un marcado paternalismo (prohibición del despido, el Seguro Laboral, la Higiene y Seguridad Laboral, las Mutualidades y Montepíos, las Universidades Laborales…) que sin embargo no pudo esconder las falacias de una victoria de clases sin paliativos y unas elecciones sindicales (las primeras en 1944) que eran simplemente una cooptación entre franquistas donde el fraude era tan conocido como descarado. El “control” fue especialmente intenso en las grandes empresas como Unión Naval de Levante, Macosa, Papelera Española, Vilarrasa, etc.
El verticalismo, el gironismo falangista, el paternalismo empresarial y el apostolado obrerista católico de Marcelino Olaechea (acompañado de una intervención creciente en políticas sociales y de vivienda) fueron los rasgos básicos del periodo.
La Guía de la Valencia del primer franquismo (1939-1948), es un ambicioso proyecto editorial que intenta responder a la pregunta de qué sucedió en la ciudad de Valencia entre el final de la guerra de 1939 y la declaración del final del estado de guerra en 1948. Un intento de superar el silencio derivado del Pacto de la Transición (no cuestionar la esencia del relato franquista), de la “incomodidad” que aún hoy supone hablar de aquellos años y también de la dificultad de acceso a importantes fuentes documentales del periodo (materiales desaparecidos o dispersos).
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