La ideología del nacionalcatolicismo (aquello tan rancio y antiguo de Por el imperio hacia Dios) fue sin duda el cemento superestructural más idóneo para acompañar una guerra, no en vano bautizada como Cruzada, que llevaría a la implantación de un Nuevo Régimen. Gracias a la Iglesia las clases dominantes, los vencedores, consiguen e imponen un consenso social que evita su disgregación. Se trata de una ideología resistente que se opone a su propio desgaste y es enormemente ágil y oportunista para ocupar los vacíos que eventualmente dejan otras fuerzas adictas al nuevo régimen.
Desde el mismo 31 de marzo, cuando el Padre Comesaña pronunció la famosa homilía de la primera misa de la Victoria en el altar improvisado en la todavia plaza de Emilio Castelar, el papel de la iglesia fue omnipresente, aunque aprovecharía la relativa desfalangización posterior a 1945 para incrementar más aun su influencia. El feroz anticomunismo del régimen encontró su mejor aliado en la púrpura eclesial. Desde el principio se santificó la acción de los vencedores y su represión cruel y feroz, se multiplicaron las misas de campaña, las misiones de recristianización de la clase obrera, las procesiones, rosarios y actos de desagravio a vírgenes y santos. Siempre con los factótums del nuevo régimen en primera fila. Un comensalismo altamente provechoso para las dos partes.
La jerarquía eclesiástica no se sonrojo lo más mínimo ni le tembló el pulso: “ Dios suscitó como enviado del cielo al Caudillo invencible, le empeñó en una nueva y sagrada Cruzada…” A cambio, el sistema tuvo que ceder “algo” por el impagable trabajo de reestructurar los valores del nuevo orden, hacerse cargo del control ideológico y social, extender la ideología del valle de lágrimas, elevar la familia a célula básica del orden social y producir una “nueva sociedad” resignada, sometida y reprimida. Una “contraprestación” que se sustanciaría en el Concordato de 1953 donde privilegios y prebendas eclesiales permanecerían tan abundantes como libres de cualquier injerencia.
En el primer franquismo el miedo, la represión, el hambre, el olor de gasógeno y boniato asado se verían siempre acompañados del adoctrinamiento escolar de curas y monjas, la amenaza de los sermones apocalípticos, las conversiones forzadas, la moral hipócrita y el negro omnipresente de las sotanas. El infierno de Dante nos revisitaba.
La Guía de la Valencia del primer franquismo (1939-1948), es un ambicioso proyecto editorial que intenta responder a la pregunta de qué sucedió en la ciudad de Valencia entre el final de la guerra de 1939 y la declaración del final del estado de guerra en 1948. Un intento de superar el silencio derivado del Pacto de la Transición (no cuestionar la esencia del relato franquista), de la “incomodidad” que aún hoy supone hablar de aquellos años y también de la dificultad de acceso a importantes fuentes documentales del periodo (materiales desaparecidos o dispersos).
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